"...Tenías cierto grado de abandono, y al mismo tiempo cierto grado de control sobre ti mismo. No te soltaste al grado de orinarte en los calzones, pero te soltaste y trepaste ese muro en completa oscuridad. Podrías haber dado un paso en falso y matarte. Trepar ese muro en la oscuridad requería que te contuvieras y te soltaras al mismo tiempo. Eso es lo que yo llamo el ánimo de un guerrero."
Dije que cuanto hubiese hecho aquella noche fue el producto de mi miedo, y no el resultado de ningún estado de dominio y abandono.
-Lo sé -dijo, sonriendo-. Y quise enseñarte que te puedes espolear más allá de tus límites si estás en el ánimo correcto. Un guerrero crea su propio ánimo. Tú no lo sabías. El miedo te metió en el ánimo de un guerrero, pero ahora que lo conoces, cualquier cosa puede servir para que te metas en él.
Quise discutir, pero mis razones no eran claras. Experimentaba una molestia inexplicable.
-Es conveniente actuar siempre con ese ánimo -prosiguió-. Acaba con la idiotez y lo deja a uno purificado. Te sentiste muy bien cuando llegaste a la cima del risco. ¿O no?
Le dije que comprendía lo que me estaba diciendo, pero sentía que sería idiota tratar de aplicar sus enseñanzas a mi vicia cotidiana.
-Uno necesita el ánimo de un guerrero para cada uno de sus actos -dijo-. De otro modo uno se enchueca y se afea. No hay poder en una vida que carece de este ánimo. Mírate tú mismo. Todo te ofende y te inquieta. Chillas y te quejas y sientes que todo el mundo te hace bailar a su son. Eres una hoja a merced del viento. No hay poder en tu vida. ¡Qué feo debe de sentirse eso!
"Un guerrero, en cambio, es un cazador. Todo lo calcula. Eso es control. Pero una vez terminados sus cálculos, actúa. Se deja ir. Eso es abandono. Un guerrero no es una hoja a merced del viento. Nadie lo empuja; nadie lo obliga a hacer cosas en contra de sí mismo o de lo que juzga correcto. Un guerrero está entonado para sobrevivir, y sobrevive del mejor modo posible."
Me gustó su posición, aunque la consideré falta de realismo. Parecía demasiado simplista para el complejo mundo donde yo vivía.
Río de mis argumentos y yo insistí en que el ánimo de un guerrero no podía en modo alguno ayudarme a superar el sentimiento de ofensa, o el daño concreto, nacidos de las acciones de mis semejantes, como en el caso hipotético de ser vejado físicamente por una persona cruel y maliciosa colocada en una posición de autoridad.
Se carcajeó y admitió que el ejemplo venía al caso.
-Un guerrero podría sufrir daño, pero no ofensa -dijo-. Para un guerrero no hay nada ofensivo en los actos de sus semejantes mientras él mismo esté actuando dentro del ánimo correcto.
"La otra noche, no te ofendiste con el gato. El hecho de que nos persiguió no te hizo enojar. No te oí maldecirlo, ni te oí decir que no tuviera derecho a seguirnos. Fácilmente podría haber sido un gato cruel y malicioso. Pero eso no te preocupaba mientras tratabas de huirle. Lo único que venía al caso era sobrevivir. Y eso lo hiciste muy bien.
"Si hubieras estado solo y el puma te hubiera alcanzado y hecho garras, jamás habrías pensado siquiera en quejarte o en sentirte ofendido por sus actos."
"El, ánimo de un guerrero no es tan descabellado para tu mundo ni para el de nadie. Lo necesitas para salirte de todas las idioteces."
Expliqué mi forma de razonar. El puma y mis semejantes no estaban en el mismo nivel, porque yo conocía los recovecos humanos pero no sabía nada del puma. Lo que me ofendía de mis semejantes era que actuaban con malicia y a sabiendas.
-Ya sé, ya sé -dijo don Juan con paciencia-. Lograr el ánimo de un guerrero no es cosa sencilla. Es una revolución. Considerar iguales al puma y a las ratas de agua y a nuestros semejantes es un acto magnífico del espíritu del guerrero. Se necesita poder para llevarlo a cabo.
Libro: "Viaje a Ixtlan" de Carlos Castañeda
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