domingo, 19 de febrero de 2012

El Fuego Interno - Extractos

EL FUEGO INTERNO
Ver es un sentido peculiar de saber -contestó-, de saber algo sin la menor duda.


Para mí significaba una cultura, el imperio tolteca. Para él, el término "tolteca" significaba "hombre de co­nocimiento".


Dijo que en la época a que se refería, siglos o tal vez incluso milenios antes de la Conquista española, todos aquellos hombres de conocimiento vivían dentro de una vasta área geográfica, al norte y al sur del valle de Méxi­co, y que se dedicaban a ocupaciones específicas: curar, embrujar, hacer relatos, bailar, ser oráculos, preparar ali­mentos y bebidas. Tales ocupaciones fomentaban un conocimiento específico, un conocimiento que los dife­renciaba del hombre común y corriente. Por otra parte, esos toltecas eran personas que encajaban en la estructu­ra de la vida cotidiana, muy a la manera en que lo hacen en nuestra época los médicos, artistas, maestros, sacer­dotes y hombres de negocios. Practicaban sus profesio­nes bajo el estricto control de cofradías organizadas y llegaron a ser expertos tan influyentes que incluso domi­naron todas las áreas vecinas.
Don Juan dijo que después de siglos de usar plantas de poder, algunos de ellos aprendieron finalmente a ver. Los más emprendedores comenzaron entonces la ense­ñanza de cómo ver. Y ese fue el principio de su perdi­ción. Al pasar el tiempo aumentó el número de videntes, y la obsesión de ver llegó a tal punto que dejaron de ser hombres de conocimiento. Se volvieron expertos en ver y en ejercer control sobre los extraños mundos que ates­tiguaban, pero todo ello no sirvió de nada. El ver había socavado su fuerza y los había obligado a obsesionarse con lo que veían.
"Sin embargo, hubo videntes que escaparon a ese destino -prosiguió don Juan-, grandes hombres que, a pesar de ver, nunca dejaron de ser hombres de conoci­miento. Estoy convencido de que, bajo su dirección, las poblaciones de ciudades enteras penetraron en los mun­dos que veían, y de ellos no volvieron a salir jamás.
"Pero los videntes que podían sólo ver fueron un fracaso, y cuando su tierra fue invadida por pueblos con­quistadores se encontraron tan indefensos como todos los demás.
"Esos conquistadores -continuó- se apoderaron del mundo tolteca, se apropiaron de todo, pero nunca aprendieron a ver.
-¿Por qué cree usted que nunca aprendieron a ver? -pregunté.
-Porque copiaron los procedimientos de los viden­tes toltecas sin tener el conocimiento interno que los acompaña. Hasta la fecha hay cantidades de brujos por todo México, descendientes de esos conquistadores, que siguen imitando a los toltecas, pero sin saber lo que hacen, o lo que dicen, porque no son videntes.


-¿Qué puedo hacer por la Gorda? -pregunté.
-Nada -contestó-. Los actos de darse cuenta son siempre personales.

De hecho, lo que convierte a los seres humanos en pinches tiranos es precisamente el obsesivo manejo de lo conocido.




Don Juan explicó que el error de cualquier persona que se enfrenta a un pinche tirano es no tener una estrategia en la cual apoyarse; el defecto fatal es tomar demasiado en serio los sentimientos propios, así como las acciones de los pinches tiranos. Los guerreros por otra parte, no solo tienen una estrategia bien pensada, sino que están también libres de la importancia personal. Lo que acaba con su importancia personal es haber comprendido que la realidad es una interpretación que hacemos. Ese conocimiento fue la ventaja definitiva que los nuevos videntes tuvieron sobre los españoles.


Dijo que la primera verdad era que éramos parte y estábamos suspendidos en las emanaciones del Águila, y que era sólo nuestra fami­liaridad con cl mando que percibimos lo que nos forza­ba a creer que estamos rodeados de objetos, objetos que existen por sí mismos y como sí mismos, tal como los percibimos.


-La primera verdad dice que el mundo es tal como parece y sin embargo no lo es -prosiguió-. No es tan sólido y real como nuestra percepción nos ha llevado a creer, pero tampoco es un espejismo. El mundo no es una ilusión, como se ha dicho que es; es real por una parte, e irreal por la otra. Pon mucha atención en esto, porque debe entenderse, no sólo aceptarse. Nosotros percibimos. Este es un hecho innegable. Pero lo que per­cibimos no es un hecho del mismo tipo, porque aprende­mos qué percibir.


"Lo que nos rodea afecta nuestros sentidos. Esta es la parte que es real. La parte irreal es lo que nuestros sentidos perciben como lo que nos rodea. Piensa en una montaña, por ejemplo. Tiene tamaño, color, forma. Incluso tenemos categorías de montañas, que son, por cierto, precisas. No hay nada malo en todo eso; el error está en que nunca se nos ha ocurrido que nuestros senti­dos sólo juegan un papel superficial. Nuestros sentidos perciben como, lo hacen porque una característica espe­cífica de nuestra conciencia de ser los obliga a hacerlo así.

-He usado el término el mundo -continuó don Juan- para abarcar todo lo que nos rodea. Desde luego, hay un término mejor, pero va a ser totalmente incom­prensible paré ti. Los videntes dicen que debido á nues­tra conciencia de ser, nosotros pensamos que nos rodea un mundo de objetos. Pero lo que, en realidad, nos rodea son las emanaciones del Águila, fluidas, siempre en movimiento, y sin embargo inalterables, eternas.


Dijo que los antiguos videntes, enfrentándose a peli­gros incalculables, habían visto la fuerza indescriptible que es el origen de todos los seres conscientes. La llama­ron el Águila, porque al vislumbrarla brevemente, la vieron como algo que parecía un águila, negra y blanca, de tamaño infinito.
Ellos vieron que es el Águila quien otorga la concien­cia de ser. El Águila crea seres conscientes a fin de que vivan y enriquezcan la conciencia que les da con la vida. También vieron que es el Águila quien devora esa misma conciencia de ser, enriquecida por las experiencias de la vida, después de hacer que los seres conscientes se despojen de ella, en el momento de la muerte.


-Para los antiguos videntes -prosiguió don Juan- ­no es un asunto de fe o de deducción decir que la razón de la existencia es enriquecer la, conciencia de ser. Ellos vieron que era así.
"Ellos vieron que la conciencia de ser se separa de los seres conscientes y se aleja volando en el momento de la muerte. Y luego flota como una luminosa mota de algodón justo hacia el pico del Águila, para ser consumida. Para los antiguos videntes esa era la evidencia de que los seres conscientes viven sólo para acrecentar la con­ciencia de ser: el alimento del Águila.

-Pero, ¿qué tipo de fuerza sería el Águila?
-No sabría como contestar eso. El Águila es algo tan real para los videntes como la gravedad y el tiempo lo son para ti, y tan abstracto e incomprensible.
-Un momento, don Juan -le argüí-. Esos son con­ceptos, por cierto, abstractos, pero sí se refieren a fenó­menos reales que pueden corroborarse. Hay disciplinas enteras dedicadas a ello.
-El Águila y sus emanaciones son igualmente corro­borables -replicó don Juan-. Y la disciplina de los nuevos videntes se dedica precisamente a hacerlo.
Le pedí que explicara lo que son las emanaciones del Águila.
Dijo que las emanaciones del Águila son una cosa-en-­sí-misma, inmutable, que abarca todo lo que existe, lo que se puede y lo que no se puede conocer.
-No hay manera de describir con palabras lo que son las emanaciones del Águila -prosiguió don Juan-. Un vidente tiene que ser testigo de ellas.


El Águila no tiene nada de visual. Todo el cuerpo del vidente siente al Águila. Hay algo en cada uno de nosotros que puede hacernos percibir con todo nuestro cuerpo. Los videntes explican el acto de ver al Águila en términos muy sencillos: puesto que el hombre está com­puesto por las emanaciones del Águila, uno sólo necesita regresar a sus componentes. El problema lo crea la con­ciencia de ser. En el momento crucial, cuando todo debía ser el simplísimo caso de las emanaciones que se reconocen a sí mismas, lo consciente del hombre se ve obligado a interpretar. El resultado es la visión de un Águila y de sus emanaciones. Pero no hay ningún Águi­la y no hay emanaciones algunas. Lo que nos rodea es algo que ninguna criatura viviente puede comprender.
Le pregunté si le llamaron Águila porque en general las águilas tienen atributos importantes.
-Llamarle Águila es el caso de encontrar una vaga semejanza entre lo que no se puede conocer y algo cono­cido -contestó-. Debido a ello, ciertamente, se le han querido adjudicar a las águilas atributos que no poseen. Pero eso siempre ocurre cuando la gente impresionable aprende a realizar actos que requieren gran sobriedad. Los videntes vienen en todo tamaño y forma.



en el hombre, la primera atención es la conciencia animal, en bruto, que a través del proceso de la experiencia humana ha sido convertida en una facul­tad compleja, intrincada y extremadamente frágil, que se encarga del mundo cotidiano en todos sus innumera­bles aspectos. En otras palabras, todo aquello en lo que puede uno pensar forma parte de la primera atención.-La primera atención es todo lo que somos como hombres comunes y corrientes -prosiguió-. En virtud de su dominio tan absoluto sobre nuestras vidas, la pri­mera atención es la propiedad más valiosa que tenemos. Quizás es incluso nuestra única propiedad.
-En términos de lo que los videntes ven, la primera atención es un intenso resplandor de color ambarino -continuó-. Es un resplandor que invariablemente se mantiene fijo en la parte superior de la superficie del capullo y que abarca lo conocido.




La segunda atención, por otra parte, es un resplan­dor muchísimo más intenso y cubre una mayor exten­sión. Tiene que ver con lo desconocido. Es un estado complejo y especializado que entra en función cuan­do se utilizan las emanaciones interiores del capullo que ordinariamente permanecen fuera de juego.
la concentración reque­rida para estar consciente de que uno está soñando es la predecesora de la segunda atención. Esa concentración es una forma de estar consciente de ser que no está en la misma categoría de la conciencia normal necesaria para tratar con el mundo diario.
Dijo que a la segunda atención también se le llama la conciencia del lado izquierdo; y que es el campo más vasto que pueda uno imaginarse, tan vasto que parece ilimitado.
-Yo no me metería en ella. por nada del mundo -agregó-. Es un atolladero tan complejo y grotesco que los videntes sensatos sólo entran en ella bajo las más estrictas condiciones.
"La gran dificultad consiste en que la entrada a la segunda atención es enteramente fácil y su atracción es casi irresistible.
Dijo que los antiguos videntes, siendo maestros con­sumados del arte de manejar el resplandor de la concien­cia, la hicieron expandirse a límites inconcebibles. Dedi­caron todo su esfuerzo a extender ese resplandor a todas las emanaciones interiores de sus capullos, encendién­dolas por bandas, una banda a. la vez. Y lo lograron, pero curiosamente, el hecho de encenderlas por bandas los hizo quedar aprisionados en algo tan inmenso que no pudieron salir más de ello.


"La tercera atención se alcanza así, cuando el res­plandor de la conciencia se convierte en el fuego interior; un fuego que no enciende sólo una banda a la vez, sino que enciende a todas las emanaciones del Águila que están en el interior del capullo del hombre.
Don Juan expresó su reverencia y admiración por el esfuerzo premeditado de los nuevos videntes para alcan­zar la tercera atención cuando aún tienen vida y están conscientes de su individualidad.



Reiteró que la conciencia de ser comienza con la presión permanente que ejercen las emanaciones en grande sobre las del interior del capullo. Esta presión produce el primer acto de conciencia; detiene el movi­miento de las emanaciones atrapadas, que incesantemen­te luchan por romper el capullo para salir, para morir.



Empezó entonces su explicación. Brevemente deli­neó las verdades acerca del estar consciente de ser que ya habíamos discutido. Que no existe un mundo de objetos, sino sólo un universo de campos energéticos que los videntes llaman las emanaciones del Águila, y que cada uno de nosotros está envuelto en un capullo que encierra una pequeña porción de estas emanaciones. Que la conciencia de ser es el producto de la constante presión que ejercen las emanaciones exteriores, llamadas emanaciones en grande, sobre las emanaciones interio­res. Que la conciencia da lugar a la percepción, que ocurre cuando las emanaciones interiores se alinean con las correspondientes emanaciones en grande.

-La quinta verdad -prosiguió-, es que la percep­ción es canalizada porque en cada uno de nosotros hay un factor llamado el punto de encaje, que selecciona emanaciones internas y externas para alinearlas. El de­terminado alineamiento que percibimos como el mundo es producto del especifico lugar en nuestro capullo donde está localizado nuestro punto de encaje.

Don Juan explicó que para que nuestra primera atención pueda enfocar al mundo que percibimos tiene que poner en relieve ciertas emanaciones. Las emanacio­nes seleccionadas provienen de la estrecha banda en la que se localiza la conciencia del hombre. Las emanacio­nes desechadas aún quedan al alcance de uno, pero per­manecen latentes, desconocidas para el hombre por toda la vida.
Los nuevos videntes llaman a las emanaciones pues­tas en relieve el lado derecho, la conciencia normal, el tonal, este mundo, lo conocido, la primera atención. El hombre común lo llama realidad, racionalidad, sentido común.

Lo desconocido propiamente dicho consiste del resto de las emanaciones que no son parte de la banda humana y que jamás son acentuadas. Los videntes las llaman la conciencia del lado izquierdo, el nagual, el otro mundo, lo desconoci­do, la segunda atención.

-Este proceso de poner en relieve ciertas emanacio­nes -continuó don Juan-, fue descubierto y practicado por los antiguos videntes. Se dieron cuenta de que un hombre nagual o una mujer nagual, por el hecho de tener más energía que el hombre común, pueden empu­jar el resplandor de la conciencia y sacarlo de las emana­ciones acostumbradas y moverlo a las emanaciones vecinas. Ese empujón es conocido como el golpe del nagual.