"...Temes la ira de Dios, ¿verdad? ‑dijo‑. Quédate tranquilo, ése no es tu miedo. Es el temor del volador, que sabe que harás exactamente como te digo.
Sus palabras no me calmaron en absoluto. Me sentí peor. Comencé a convulsionarme de manera involuntaria, sin poder evitarlo.
‑No te preocupes ‑dijo don Juan de manera calma‑. Sé, de hecho, que esos ataques se extinguen de lo más pronto. La mente del volador no tiene concentración alguna..."
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